jueves, 19 de octubre de 2017

Querida soledad

Me gustan las personas que saben estar solas. Las personas que deciden cuándo y con quién compartir su tiempo. Quienes no utilizan a los demás como relleno en sus ratos de soledad. Quienes disfrutan de ellos mismos sin necesitar a nadie más. Precisamente eso, esas personas que no necesitan a nadie, pero quieren que estés con ellas. Para mí, no existe mejor regalo que el tiempo que te prestan, sin intereses.

Adoro la fuerza que desprenden estas personas. Como un perfume caro, te embriaga .Y odio, en otras ocasiones, acabar demasiado colocada y con los sentidos entumecidos. No me dejan ver con claridad. Adoro la soledad, la independencia y la autosuficiencia, la mía y la de los demás. No depender de horas ni de días, de estados de humor, o mejor dicho, de malhumor. Pero...



Acabo de recibir un mensaje tuyo: "tengo ganas de verte". Ahora mismo el corazón me ha hecho un doble mortal para atrás con pirueta incluida. Y en este momento, la soledad puede quedarse en casa o en el bar de abajo en la esquina, que yo quiero tenerte cerca. Tu tiempo con mi tiempo, un regalo con intereses que se pueden negociar entre las sábanas y el colchón. Allí decidiremos quién debe a quién qué y si quedan cuentas por saldar. Si tu soledad querrá volver a encontrarse con la mía sin depender de horas ni de días, recuérdalo.

Ahora ven, que si se trata de ti, hoy no quiero estar sola. Eres pura droga.





martes, 6 de junio de 2017

Salvavidas

He tardado demasiado tiempo en contaros la verdad. Le he tenido demasiado tiempo escondido entre las páginas de una historia que hablaba de quien creía que era el amor de mi vida. Aquellas pintadas en rosa dedicadas al amor con muchos tachones y borrones para olvidar que eso existió. He rascado demasiado la herida y maldecido a quien me la provocó, pero jamás he nombrado a quien curó todo el daño que había y limpió la herida para que cicatrizara. Porque no, no fui yo sola. Hubo una persona que me besó el alma cuando estaba hasta el cuello de mierda.

Estuve tanto tiempo tan ciega, tan anulada, sin ser quien era realmente antes de conocerle. Y precisamente eso, estaba irreconocible para los ojos de aquellos que me habían visto luchar siempre, ser fuerte ante las peores situaciones y llevar como bandera todos mis principios infranqueables. Si el gran muro no fue imposible para los salvajes, mis principios se desmoronarían ante la primera hacha de guerra que desenterrara. ¡Qué tonta! Y lo sé. Pero él, mi salvavidas, se dedicó a enseñarme de nuevo mi valía como persona, lo importante que era mi sonrisa en la vida y que las dudas no existían entre dos personas que se respetaban.



Reescribió en mi diccionario la definición de amor dejándome a cuadros, como cuando ves una peli tan buena que no te salen las palabras y solo te queda disfrutarla con ojos de asombro y una mueca de satisfacción. La sensación de libertad cuando dejan de pesar las cadenas de los años, las primeras palabras sin bozal y la incertidumbre del qué pasará. Con los ojos bien abiertos ya no quería otra cosa más que seguir aprendiendo de él, porque me sentía con el número premiado de la lotería entre mis manos. Llegué a quererle tanto que no entendía muy bien cómo era posible poder amar a dos personas de manera tan diferente y tan real a la vez. A él lo admiraba, sentía pleno orgullo de todos sus pequeños pasos, sobre todo, cómo defendía sus creencias y me hacía crecer a mí con él. Y lo hice a pasos de gigante con mi pequeña estatura.

Con los años entendí que toda persona tiene una función en nuestras vidas y la suya fue de salvavidas. Devolverme todo lo que me pertenecía que los años me habían robado. Con violencia. Y a su vez, si no hubiera conocido a el desamor de mi vida, no hubiese vivido una de las mejores experiencias de mi vida: un amor sano. Tengo mucho que agradecerle y brindarle. Ojalá lo vea y se vea entre estas tristes líneas que lo sacan, por fin, a la luz. Me hubiese gustado poder escribir más páginas de nuestra historia, que por cierto, él es un libro aparte; pero como me dijeron una vez, fuimos una buena idea en el momento equivocado.

Y si lo llegas a leer, quiero que sepas, y en el fondo lo sabes, que te quiero con locura y que siempre lo haré. Nos debemos un sushi.



domingo, 15 de enero de 2017

No voy a volver a verte

Hoy me he acordado mucho de ti, te he pensado durante todo el día. Era inevitable no hacerlo cuando podía ver el mismo dolor que sufrí yo en las diferentes caras de la sala. Todas intentaban aguantar la compostura, evitando cualquier contacto visual que pudiera hundirles y romper a llorar. Qué duro es saber que no puedes curar ese dolor, qué duro es sobrellevar la pérdida y qué duro es decir adiós cuando aún no estás preparado. Pero, ¿cuándo se llega a estarlo? Cuando aún quedan muchas historias por escuchar, muchas luchas por superar, muchos besos que dar, muchas sonrisas de bienvenida y muchos "hasta mañana". Quedaba mucha vida.

Y de repente, nada.

Respiras hondo, intentas entender la situación, pero por más que intentas calmarte sólo te viene una cosa a la cabeza: "no voy a volver a verte". Nunca. Y eso es duro de cojones. Todos hemos pasado por ahí, o si más no, pasaremos tarde o temprano. Seguro. Y no una vez, sino más veces de las que nos gustaría. Porque, oye, no nos olvidemos que "es ley de vida". Parece que las leyes siempre hayan estado creadas para tocarnos las narices, por ser fina, a dos manos.




Te voy a ser sincera, me costó mucho superarte. Viví durante mucho tiempo con la sensación de que no te habías ido, que podías llamarme por sorpresa con un "nena, ¿dónde estás?". Para mí seguías en esa habitación blanca, donde nos pasábamos las tardes jugando al dominó y a las cartas, donde compartíamos tu menú de hospital. Siempre fuiste un tramposo, hasta para la comida. Me costó aceptar que nunca más te iba a poder abrazar, que no ibas a volver a coger mi mano ni a echarme la bronca por mi forma de hablar. Saber que no ibas a estar para mi cumpleaños me reventó, tenía muchos planes contigo, era consciente que no podría hacerlo un año más. Y no me diste tiempo. Aún me duele no haberme quedado un poco más aquella noche. Ojalá me hubiera dado cuenta que te estabas despidiendo, te juro que hubiese estado hasta el último aliento.

¿Qué te voy a decir? Fuiste un padre para mí. Lo diste todo por mí hasta cuando menos lo merecía. Y tú, en todos tus años, solamente me pediste una cosa: "cuida de tu abuela". Te diría que te lo debo, pero es que no lo hago por ti, lo hago porque ella es lo más bonito que tengo hoy en día. Ella lo es todo y quien me une a ti. Aún me sigue preguntando por ti, si sé cuándo vas a volver a casa, es curioso ver que después de tanto tiempo ella te sigue esperando. Aunque, realmente, eres tú quien la espera a ella. Pero lo siento, por ahora me toca a mí seguir mimándola, adorándola y queriéndola más, si es que se puede.

Hacía tiempo que no te lloraba. Quizás la muerte nunca se acaba de superar.